Hoy en día, muchas personas tienen a su cargo familiares en situación de dependencia que necesitan cuidados especiales. Este rol conlleva un desgaste físico y emocional significativo para quienes lo desempeñan. En este artículo, aprenderás qué implica ser cuidador, cómo afecta a quienes asumen este rol y qué aspectos son importantes para brindarles apoyo psicológico.
¿Cuál es el rol del cuidador?
El cuidador es la persona que asiste a un familiar dependiente en sus actividades cotidianas, facilitando que pueda mantenerse en su hogar y conservar sus roles familiares y sociales, con el objetivo de mejorar su calidad de vida. Según el Observatorio Estatal de la Discapacidad del Instituto Nacional de Estadística, que publicó su última macro estadística sobre Discapacidad, Autonomía y Dependencia en 2020, las personas que hacen la labor de cuidador informal normalmente son un familiar directo: hija/o, esposa/o u hermana/o. Cabe destacar que, en el 63,7% de los casos es una mujer la que desempeña el rol de cuidadora y que el 41% de ellas tienen entre 45 y 65 años.
Para poder acompañar y dar soporte a las personas que ejercen de cuidadoras es fundamental entender su papel dentro de la familia y cómo las tareas de cuidado pueden influir en ese entorno. A continuación, se detallan los tres perfiles más comunes:
El esposo o la esposa como cuidador/a. Cuando uno de los miembros de una pareja experimenta un deterioro en su salud y necesita asistencia para llevar a cabo las actividades cotidianas, el otro, generalmente el más saludable, asume el rol de cuidador. En estos casos, es común observar cambios en las dinámicas tradicionales de la pareja, ajustes en los planes futuros, una reevaluación de la relación y sentimientos de ambivalencia. También puede haber una reconfiguración de la vida social para adaptarse a esta nueva situación. Es importante tener en cuenta que la necesidad de ayudar a uno de los cónyuges puede generar tensiones en la relación, dado que se vuelve menos equitativa en términos de reciprocidad.
Hijos e hijas como cuidadores. Frecuentemente, los hijos e hijas deben atender no solo sus propias necesidades, sino también las de su familia, incluidos cónyuges e hijos/as. Esto trae consigo varios aspectos a considerar: los roles familiares tradicionales se invierten, se alteran los planes a futuro, se revisan las relaciones interpersonales y surgen sentimientos contradictorios. Cuando un hijo o hija asume el papel de cuidador, su relación natural con el familiar dependiente influye en cómo aborda esta tarea. A menudo, esto provoca un impacto emocional significativo, al darse cuenta de que sus padres, quienes antes eran independientes, ya no pueden cuidarse a sí mismos. Este impacto se intensifica por la inversión de roles, donde los padres que eran cuidadores ahora requieren cuidado, y los hijos/as, que eran cuidados, asumen la responsabilidad de cuidar, generando una reorganización familiar. Esta situación puede ser difícil para los hijos e hijas, ya que puede interferir con sus planes inmediatos y, en algunos casos, les puede impedir trabajar o buscar empleo.
Los padres como cuidadores. Si un hijo o hija se convierte en una persona dependiente, el impacto emocional se vuelve más profundo. En esta situación, se observa que los padres vuelven a un rol que se creía superado. Esto se puede manifestar en las personas que ejercen el rol de cuidador a través de cambios en los planes futuros, una reconsideración de las relaciones personales, la aparición de emociones contradictorias y una adaptación en la vida social.
Impacto emocional de ejercer el rol de cuidador
Asumir el rol de cuidador de un familiar implica enfrentar diversos desafíos que pueden afectar varios aspectos de la vida. A continuación, se detalla cómo puede influir en diferentes áreas:
Relaciones familiares. Se suelen dar desacuerdos entre la persona que cuida y otros familiares en torno al comportamiento, decisiones, actitudes, etc. La persona que se encarga de cuidar del familiar puede sentir que su esfuerzo no es reconocido. Además, como he mencionado anteriormente, la persona cuidadora también puede tener que atender a sus propios hijos/as o pareja, lo que puede resultar en una carga adicional, ya que siente que “soporta la carga de dos hogares”. Esta dinámica puede llevar a cambios en la estructura familiar.
Ocio y tiempo libre. Es común que las personas cuidadoras sientan que no tienen tiempo para divertirse o que, incluso si disponen de tiempo libre, no lo disfruten, preocupadas por descuidar sus responsabilidades. Como resultado, muchas de ellas reducen sus actividades sociales, lo que, a largo plazo, puede provocar sentimientos de tristeza y aislamiento social.
Salud. Es muy frecuente que las personas cuidadoras tengan la sensación de que su salud física y mental ha empeorado desde que se encargan del cuidado de su familiar. Este rol puede tener consecuencias psicológicas adversas, incluyendo tristeza, desesperación, indefensión, ira, ansiedad y culpa. Por ello, es crucial contar con un espacio seguro para expresarse sin temor a ser juzgados.
Es importante considerar que, a menudo, la dependencia del familiar está relacionada con el diagnóstico de una enfermedad crónica y degenerativa, como Alzheimer, Parkinson, cáncer, esclerosis, etc. Cuando un familiar necesita cuidados, puede presentar grandes retos, especialmente si viene acompañado de una enfermedad, lo que puede llevar a un proceso complejo que se desarrolla en varias fases:
Negación. La reacción inicial ante el diagnóstico de una enfermedad crónica suele ser la negación, un mecanismo de defensa que ayuda a manejar los miedos y ansiedades. Esto puede llevar a la persona a evitar hablar sobre el deterioro del familiar y a no aceptar que requiere ayuda.
Búsqueda de información. La persona cuidadora siente la necesidad de informarse sobre la enfermedad del familiar (sus consecuencias, tratamientos, alternativas, etc.), esperando que mejore. En esta etapa, es común que surjan sentimientos de injusticia, ira y culpa.
Aceptación. Con el tiempo, la persona cuidadora aprende sobre la enfermedad y adquiere recursos para gestionar la situación. Poco a poco, siente mayor control y comienza a incorporar cambios en su vida.
Adaptación: La persona aprende a cuidar mejor, reconoce la importancia de compartir la responsabilidad con otros familiares e, incluso, considera la posibilidad de contratar cuidadores profesionales si la situación económica lo permite. En esta etapa, si el cuidador/a se había dedicado por completo a su rol, puede volver a participar en actividades sociales y recreativas, reforzando amistades existentes o formando nuevas.
Las personas que asumen el cuidado de un familiar pueden atravesar alguna o todas estas fases y es fundamental que tanto ellas como su entorno presten atención a los signos y síntomas que puedan indicar la presencia del Síndrome del Cuidador.
¿Qué es el Síndrome del Cuidador?
A menudo, quienes se encargan del cuidado de otras personas notan que su propio bienestar se ve afectado, influyendo en varios aspectos de su vida y manifestándose en forma de síntomas:
Físicos: agotamiento, pérdida de apetito, problemas para dormir, dolores musculares o articulares, palpitaciones, y falta de cuidado en su apariencia personal.
Psicológicos: sentimientos de tristeza o depresión, altos niveles de estrés y ansiedad, culpa, baja autoestima, cambios de humor, irritabilidad, dificultades de concentración, pérdida de memoria e insomnio.
Sociales: distanciamiento de amigos y familiares, falta de interés en actividades que solía disfrutar, sensación de soledad y aislamiento.
Quienes padecen este síndrome suelen sentirse sobrecargados tanto física como emocionalmente, ya que asumen la responsabilidad total del cuidado de la persona dependiente, perdiendo su autonomía y libertad en el proceso. A menudo, sus propios proyectos personales y metas se ven aplazados por largos periodos, a veces incluso por años. Este tipo de situaciones puede generar una relación de co-dependencia entre el/la cuidador/a y la persona cuidada, donde la persona cuidadora, de manera inconsciente, prioriza las necesidades de la persona dependiente, descuidando las suyas.
Algunos signos que pueden indicar la presencia del Síndrome del Cuidador son:
Desinterés por socializar con amigos o familiares.
Deterioro de su salud física o mental.
Dificultad para cumplir con compromisos o abandono de tareas importantes.
Falta de tiempo para realizar actividades de ocio.
Sentimientos negativos hacia la persona que cuida.
Sensación de agotamiento, irritabilidad, ansiedad o agresividad.
Creencia de que sólo ellas pueden proporcionar el cuidado adecuado a su familiar.
Abordaje psicológico
El acompañamiento psicológico debe ajustarse a las necesidades y circunstancias específicas de cada persona cuidadora. Es importante recordar que cada caso es único, por lo que es necesario tener en cuenta aspectos como los siguientes:
Relación entre la persona cuidadora y el familiar dependiente.
Gravedad de la enfermedad, los síntomas, y el nivel de dependencia del familiar.
Tiempo que la persona ha estado realizando los cuidados.
Nivel de dedicación a los cuidados y la conciliación con el trabajo.
Otras responsabilidades familiares que pueda tener.
Etapa de la vida en la que se encuentran tanto la persona cuidadora como el familiar dependiente.
Personalidad y recursos personales de ambos.
Disponibilidad de una red de apoyo social y familiar.
En la mayoría de los casos, es recomendable que la persona cuidadora reciba apoyo individual. La terapia psicológica puede ser una herramienta valiosa para afrontar los desafíos diarios, ayudando a mejorar los síntomas físicos y emocionales que suele experimentar. Además, se pueden enseñar técnicas para manejar las emociones (como la ansiedad o la depresión), herramientas de relajación para reducir el estrés y prevenir el aislamiento social.
Asimismo, en algunos casos, puede ser útil complementar el apoyo psicológico con actividades grupales, como las siguientes:
Grupos de ayuda mutua, donde un profesional de la psicología ofrece información sobre la enfermedad o la discapacidad que causa la dependencia, corrige creencias erróneas y fomenta el intercambio de experiencias entre cuidadores en situaciones similares.
Programas psicoeducativos, que trabajan temas como el Síndrome del Cuidador, la incorporación de hábitos de autocuidado, gestión emocional, habilidades de comunicación, afrontamiento del estrés, autocontrol, técnicas de relajación, etc.
Programas de intervención clínica dirigidos a las personas cuidadoras, centrados en el tratamiento de problemas como la depresión, la ansiedad o el manejo de la ira.
Si conoces a alguien que esté pasando por esta situación y necesite apoyo o eres cuidador/a de un familiar y sientes que necesitas herramientas para sobrellevar las dificultades del día a día, estoy aquí para acompañarte. Puedes contactarme y solicitar una primera sesión informativa gratuita.
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